sábado, 4 de febrero de 2017

La Casa que Cambia de Vistas

La Casa que Cambia de Vistas


De casa al trabajo, del trabajo a casa.  Al final de la semana estaba ya cansado de aquellas cuatro paredes. Cuando me asomaba a la ventana en busca de un poco de oxígeno, de vistas lejanas en las que acomodar mi vista, sólo encontraba el muro de ladrillo del edificio de enfrente. Cuando alzaba la vista, me encorbaba porque el techo se me venía encima. Era como si viviera en la habitación de Fermar, en el interior de un receptáculo cuyas paredes se movieran,  haciéndose por minutos cada vez más pequeño.

En ese momento decidí que debía salir de allí. Corrí al armario, me puse el pantalón de trekking, me calcé las botas, una gruesa camiseta de algodón, el polar y un quitavientos. Cogí los guantes, el gorro y la mochila. Bajé al garaje, cogí el coche y emprendí rumbo hacia mi propia aventura.

La encontré allí, tal y como la noche anterior había soñado que estaría. Las líneas puras, los ángulos rectos, la planitud de sus superficies le conferían un aspecto sobrio y robusto. Me esperaba imperturbable, seria, impenetrable. Parecía un módulo de supervivencia en un planeta inhóspito, con su revestimiento plateado, que ahora empezaba a brillar con los últimos rayos de sol.
Me abrió sus puertas como si me hubiera estado esperando, como si supiera que iba a llegar en ese momento. Pero estaba fría, huraña... Encendí las luces, en un principio casi cegadoras, causando un efecto extraño puesto que fue como si las paredes se expandieran para acogerme entre ellas. Me envolvió un espacio diáfano y luminoso, que parecía extenderse mucho más alla de los 30 m2 en los que me encontraba.
Abrí los gruesos portones de la cristalera y el paisaje al completo penetró hasta lo más profundo de mi ser. Mis ojos no alcanzaban a distinguir dónde estaba el limite del horizonte. Al abrir la puerta, me invadió el olor de la hierba, del humo de las chimeneas y creí volver a mi niñez, cuando mis padres me llevaban a pasar el fin de semana a la casa que tenían mis abuelos en el pueblo.

Calenté una taza de té y me senté en el suelo de madera del porche, asombrado, como si fuera la primera vez que sentía estas sensaciones, como si fuera la primera vez que veía estas vistas.
Aquella noche dormí. Lo hice como el patrón de un barco en alta mar, guiado por la luz del faro hacia puerto, como el piloto de una aeronave que se alza sobre las nubes de tormenta, como el aventurero que sabe que algún día alcanzará aquello que nadie ha conseguido antes.
Tras dos días apagué las luces y mi aventura terminó.  Cerré los portones y volví a mis cuatro paredes en la ciudad, con ventanas frente a muros de ladrillo. No parecían tan agobiantes, parecía que se hubieran alejado un poco.  Y de nuevo de casa al trabajo y del trabajo a casa.

Pero... dentro de 5 días volveré de nuevo a MoDULoW, donde me espera mi verdadero yo. Y es posible que el próximo día, al abrir los portones de la cristalera la vista haya cambiado. Tal vez, huela la sal traída por la brisa marina...
O quizá esté rodeado por un inmenso prado, enmarcado por las montañas, rodeado de campos de cultivo...
O perdido en un manto de nieve virgen, esperando que alguien marque sus huellas sobre él...

MoDULoW es algo más que una casa que cambia de vistas..., es el fiel reflejo de mi Espíritu Nómada.

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